En el final de la playa El Rivero hay rocas, que se extienden hasta el comienzo de Playa Grande. Con marea baja, las piedras muestras partes oscuras. Si se acercan, verán que son mejillones. Los más chicos, negritos, hay que dejarlos en paz. Pero entre ellos están los otros, mucho más grandes y marrones, que sí se pueden arrancar. Con paciencia y destreza, porque no es fácil. Una vez en casa, se lavan y relavan para quitarles la arena y se raspan con un cuchillo para quitarles cositas pegadas. Luego, a la olla con mucha agua y nada de sal, que el mar se la dio en la cantidad justa. Con el primer hervor se abren y ya se puede apagar el fuego. Luego queda sacarlos uno por uno de su cascarón. Así se pueden guardar en la heladera hasta el momento de comerlos. A nosotros nos gusta apenas saltados en oliva, con perejil y un diente de ajo picaditos. No hace falta nada más. O sí: vino blanco (un chorrito a la olla y lo demás, a las copas).